
"El torturador, como representante del sistema represivo opresor, exponía, explícita o implícitamente, a su víctima a un dilema extremo, o lo que nosotros llamamos una "ilusión de alternativas":
dejarse maltratar, vejar, exponiéndose a un dolor intolerable, con secuelas físicas y psíquicas impensables o imprevisibles, e incluso de muerte
o bien delatar, es decir, transformarse en verdugo de sus propios compañeros, entregándolos a la tortura y quizás a la muerte. Esta segunda alternativa ahorraría tal vez a la afectada los sufrimientos físicos, pero destruía una parte central de su identidad, de sus vínculos colectivos, que son los que dan sentido a su existencia."
Fuente: "Memorias de ocupación: violencia sexual contra mujeres detenidas durante la Dictadura"
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